sábado, 22 de agosto de 2009

Actitud de cangrejo

El ecuatoriano tiene actitud de cangrejo, me dijo en una ocasión un amigo chileno, cuando le relaté una situación que me había causado decepción en mi trabajo. En ese momento le dije que sí, que, definitivamente es así, que esta vez tenía razón.

Pero, luego, sin los efectos de irracionalidad que genera un malestar como el que había experimentado, pensé que, afortunadamente, no es un gen con el que nace todo aquel que ve la luz primera en esta parte del planeta. Eso me convertiría en un crustáceo a mí también. Sin embargo, debo reconocer que, en parte de la sociedad ecuatoriana sí se cumple esto que, a falta de un estudio científico, que registre la incidencia, no deja de ser una percepción.

En este país, como en muchísimos de la región y de cualquier grupo de estados-nación poco desarrollados, las oportunidades no son iguales para todos, considerando como punto de partida, el acceso a la educación de calidad, a servicios de salud y a vivienda digna. Una condición que es un elemento fundamental en este esquema de la actitud del cangrejo que, creo (percibo, insisto) tiene otro componente: la tropicalidad, que, a veces, degenera en los alegres y festivos tropicales (naturales del trópico) el deseo de mostrarse ganador; incluso si es que no tiene armas con qué superar la batalla, ni dientes para conquistar con una sonrisa. No tiene recursos para alcanzar el éxito que no solo aspíra tener sino que le gustaría mostrar, además, detesta que alguien pudiera creer (darse cuenta) que es inferior.

Inferior, ahí es donde quiere ver a aquel que, siendo igual, o que él (o al que creía igual), quiere mantener cuando lo ve que ha ganado alguna batalla, porque por ahí se esforzó y consiguió financiamiento para comprar armas, y, además, seduce a otros porque resultaba que era su timidez la que escondía una encantadora sonrisa, y que, a diferencia de él, sí tiene dientes para exhibir tras su victoria bélica.

Entonces, como cangrejo vivo metido en la olla, en el intento de salvarse, en su caso de salvar el honor de tropical guapo y puedelotodo, edificado en su interior, levanta su pata gorda y arrastra (o intenta arrastrar) a su nivel a ese otro que quiso que se está creyendo que tiene más méritos que él. De ley, piensa y dice a otros, hay que dudar de la forma en la que consiguió el financiamiento para comprar las armas. Tal vez, piense y diga, yo sabía cómo conseguir el dinero, pero no quise.

Es preocupante porque, tal vez, sin darme cuenta, si soy ecuatoriana, no me he dado cuenta de que tengo una mano gorda que asoma de vez en cuando. ¿Te has sentido alguna vez sumergido en una olla? (TS)

1 comentario:

  1. Mi amiga Tali hace una interesante reflexión sobre la actitud de cierta gente mediocre que bien puede compararse con la del cangrejo... La que no deja que otro suba y ve la manera de agarrarlo para que se quede allì mismo, en el balde donde los están lavando a todos!

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